
La imagen corporal es un constructo complejo que consta, fundamentalmente, de tres dimensiones: perceptiva, cognitiva-afectiva y conductual. Una definición básica de la imagen corporal podría equipararla a la imagen mental o fotografía interna de nuestro propio cuerpo, tanto de su aspecto general como de cada una de sus partes, que las personas tenemos en nuestra mente. Sin embargo, este símil recoge únicamente la primera de las dimensiones del constructo enumeradas hace un momento: es decir, la perceptiva. La imagen corporal es mucho más que la propia fotografía mental que albergamos en nuestra conciencia: también los pensamientos y las emociones que nos suscita dicha imagen, y que a menudo son difícilmente disociables de ésta, forman parte de la imagen corporal. Los comportamientos derivados de estas cogniciones y afectos conforman el último componente. Todos estos fenómenos cognitivo-conductuales en relación a la conciencia y la vivencia del propio cuerpo pueden resultar, globalmente hablando, positivos o negativos para la persona; rara vez serán realmente neutrales, especialmente en una cultura como la nuestra, que otorga una suprema importancia a la imagen y al cuerpo. La percepción corporal puede dar lugar a sentimientos de ansiedad, de orgullo, de tristeza, de satisfacción, etc., y el hecho cognitivo-afectivo puede derivar en comportamientos adaptativos o desadaptativos, beneficiosos o perjudiciales para el individuo. En este sentido, para algunos autores, la imagen corporal es la manera en que uno percibe, imagina, siente y actúa respecto a su propio cuerpo. Dicho en otras palabras, podríamos decir que es la relación que una persona tiene con su cuerpo.
En términos neurológicos, la imagen corporal se puede definir como la representación de las distintas partes del cuerpo que se alojan en las áreas somatosensoriales y motoras de nuestro córtex cerebral. La representación de cada una de las partes del cuerpo en el córtex no es proporcional al tamaño del segmento corporal en cuestión, sino que existen importantes variaciones en función, por ejemplo, de la sensibilidad. El área de la corteza somatosensorial dedicada a los labios o al clítoris, por ejemplo, es mucho mayor que el área dedicada a la espalda. También el grado de desarrollo o la funcionalidad de una determinada parte del cuerpo en una persona determinada pueden condicionar variaciones, como por ejemplo los músculos de las extremidades inferiores en futbolistas o los dedos de las manos en pianistas profesionales.
La imagen corporal no es algo estático, estable ni mucho menos inherente a la persona. Los estudios psicológicos actuales estiman que la imagen corporal comienza a formarse en edades tempranas, y lo hace de formas diferentes en función del género, la etnia, la sexualidad y el grado de (dis)capacidad, entre otras variables. Hacia la edad de dos años, la mayoría de los niños y niñas son capaces de reconocer la propia imagen en un espejo, con lo cual se puede considerar que existe ya, para entonces, una primera aproximación a la propia imagen corporal. No obstante, la imagen corporal comprende la representación mental de partes específicas del cuerpo cuya visualización no requiere necesariamente de una superficie reflejante, como pueden ser las partes distales de las extremidades o el abdomen. La imagen corporal es un constructo fluido y dinámico que se modifica a lo largo del desarrollo evolutivo de las personas, fundamentalmente durante la infancia, adolescencia y primera juventud, coincidiendo con: a) La época de mayores cambios objetivos en los parámetros somáticos (crecimiento, pubertad, etc.), lo cual favorece una mayor atención cognitiva en el cuerpo, y b) Las etapas psicoevolutivas de formación básica del self y de la personalidad, momentos en los cuales los efectos de las influencias externas son máximos (siendo tristes ejemplos de ello las devastadoras consecuencias que tienen los discursos opresivos de la violencia estética en las muchachas preadolescentes y adolescentes en términos de desarrollo de trastornos alimentarios, por ejemplo).
No obstante, la imagen corporal de una persona puede variar a lo largo de toda su vida, ya sea de forma espontánea en respuesta a cambios cognitivo-afectivos evolutivos o como respuesta a intervenciones externas más o menos específicas. Ejemplos de intervenciones externas potencialmente modificadoras de la imagen corporal pueden ser las intervenciones no formales de los medios de comunicación promotores del body-shaming [vergüenza del propio cuerpo], en su connivencia con el orden estético dictado por los grandes lobbies de la industria del control corporal (dietas, ejercicio, moda, remedios de belleza, etc.). También pueden serlo, sin embargo, las intervenciones preventivas y psicoterapéuticas diseñadas para mejorar la imagen corporal y construir relaciones más saludables con el propio cuerpo. La psicología ha demostrado la eficacia de determinadas intervenciones cognitivo-conductuales para la modificación en positivo de la imagen corporal, que además se ha logrado mantenido a largo plazo. Además, pero, la imagen corporal no únicamente cambia a lo largo de la vida, sino que suele experimentar variaciones dentro de cortas escalas de tiempo, a veces incluso de forma ultradiana (varias veces en un mismo día). Es frecuente que las personas refieren sentirse más delgadas o ligeras después de unas cuantas horas de ayuno, como por ejemplo por la mañana al levantarse; por lo contrario, el hecho de comer más de lo habitual, de no ejercitarse si uno está acostumbrado a ello, o la comparación con modelos sociales (reales o presentados y purificados por los medios, según conceptos de traducción y purificación de Latour[1]) ha demostrado poder modificador de la imagen corporal a corto plazo.
La importancia del concepto de imagen corporal estriba en su gran relevancia en la autoestima y en la génesis de problemáticas, muy incapacitantes y generadoras de gran sufrimiento, de la relación con el cuerpo y con la comida. Ello no incluye únicamente los trastornos de la conducta alimentaria, como la anorexia o la bulimia nerviosas, u otras entidades nosológicas como el trastorno dismórfico corporal, sino un rango mucho más amplio y prevalente de problemas psicológicos causantes de gran malestar en la población y que tienen en común sentimientos de desagrado hacia el propio cuerpo y alteraciones en la relación emocional con la comida y con el propio cuerpo.
En este sentido, el componente conductual tiene gran relevancia porque constituye la parte visible de la imagen corporal, y también porque estos comportamientos son los que muchas veces mantienen la (in)satisfacción corporal. Es lo que en psicología se denomina la teoría de la profecía autocumplida. Lo entenderemos enseguida con un ejemplo. Si una persona piensa que su cuerpo es horrible y por ello evita las situaciones sociales en las cuales alguien pueda reparar en él, restringirá significativamente el número de potenciales ocasiones en las cuales podría entablar contacto con otras personas que expresaran un juicio alternativo acerca de su cuerpo, y por tanto las probabilidades de confrontación de su hipótesis inicial disminuirán Pongamos el caso de una chica acomplejada porque su cuerpo tiene un tamaño y morfología poblacionalmente normales (pongamos, en el percentil 60 de la curva de normalidad[2]), y no excepcionalmente reducidas, como dictan algunas modas. Por ello, habitualmente se viste de la forma menos llamativa posible (aun cuando le gustan mucho los colores) para que su cuerpo pase más desapercibido, casi siempre rechaza las invitaciones para salir – mucho más si vienen del sexo que la atrae – porque cuando está en compañía de otras personas siente que observan y juzgan negativamente su cuerpo, y evita a toda costa cualquier contacto sexual. Veamos qué consecuencias pueden tener estas conductas. Al no ponerse los vestidos coloridos que le gustarían, restringe la posibilidad de que otras personas le hagan notar que le sientan bien, y sigue pensando – por defecto – que le sientan mal. Al no salir con amigos y amigas, puede reforzar su interpretación cognitiva de que es rechazada y se siente sola por culpa de su físico, cuando en realidad ni siquiera ha dado a las demás personas la oportunidad de conocerla. Al rechazar el contacto sexual, refuerza las concepciones negativas acerca de su cuerpo, como pueden ser que no es sexualmente atractivo, que no es apto para el placer sexual o que no puede resultar fuente de placer para otra persona. Se restringe, pues, el acceso a todo el potencial sexual de su cuerpo, que probablemente se halla entre las funcionalidades corporales más importantes para el desarrollo del self, y autocensura su propio derecho al placer. Lo paradójico es que, a ojos propios y de la sociedad, esta persona estará confirmando algunos de los estereotipos que pesan sobre las mujeres no delgadas: que son amargadas, que no tienen buen gusto estético para la ropa y los complementos, que no tienen buenos o muchos amigas y amigos, que no resultan atractivas sexualmente y que con frecuencia no encuentran pareja. El sistema ideológico es guardián de sí mismo.
La importancia de la imagen corporal en la autoevaluación global se denomina body image investment [inversión de/en imagen corporal]; en estudios realizados con población sana, se ha hallado que entre una cuarta parte y un tercio de la autoestima personal corresponde a la imagen corporal. Respecto a los trastornos de la conducta alimentaria y el trastorno dismórfico, por largo tiempo se consideró que la distorsión perceptiva que existe en estas pacientes (es decir, la incapacidad de percibir las dimensiones del propio cuerpo de forma correcta, habitualmente sobreestimando sus medidas reales) era el componente principal y por ello debía ser la piedra angular de la psicoterapia. Actualmente se sabe que la insatisfacción corporal es una variable mucho más importante, y las intervenciones preventivas o terapéuticas que se basan en la modificación de la imagen corporal y de su componente afectivo (insatisfacción) se han mostrado eficaces en la resolución de estos problemas, tanto mediante aproximaciones clásicas como en algunas innovadoras en forma de tecnología, intervención ecológica o dramaturgia.
Estos hallazgos han fundamentado la necesidad de considerar también situaciones no definidas estrictamente en los manuales de psicopatología, pero causantes de gran malestar y muy prevalentes en la población, como problemáticas psicológicas susceptibles de ser abordadas psicológica y socialmente. Es lo que se conoce bajo el término paraguas de problemáticas relacionadas con el peso y la alimentación, o problemáticas relacionadas con la imagen corporal. Esta forma de proceder va en la línea de quienes pensamos que los sistemas dimensionales, basados en espectros de normalidad y sus extremos, son más útiles que los sistemas categoriales, basados en definiciones de categorías patológicas rígidas a partir de la enumeración de criterios, para estudiar normalidad y patología psicológica y biomédica. Los problemas relacionados con la imagen corporal, en un sentido amplio, también son tributarias de prevención, puesto que pueden constituir una puerta de entrada a trastornos como la anorexia, la bulimia o el trastorno dismórfico.
Muchas personas piensan que es posible o incluso fácil modificar el peso o la silueta corporales mediante intervenciones dietéticas, deportivas, estéticas, etc. Tal es el poder de la publicidad y los medios de comunicación de masas, que dichas creencias se mantienen a pesar de la experiencia directa, diaria y tangible, al alcance de prácticamente cualquier ciudadano – sea en carnes propias o de algún conocido o amigo – que evidencia que en la inmensa mayoría de los casos las dietas, planes de ejercicio, cremas, etc. bien no funcionan, bien no tienen un efecto duradero, bien pueden en ocasiones incluso resultar perjudiciales a largo plazo. Los estudios metabólicos, pero, han demostrado que aproximadamente el ochenta por ciento de los factores que controlan el peso (igual que la altura u otros parámetros antropométricos) son genéticos, con lo cual la posibilidades reales de imprimir grandes cambios sobre el cuerpo son escasas. No es ninguna sorpresa que así sea, puesto que el mantenimiento del peso se basa en rutas metabólicas altamente sofisticadas que han evolucionado para garantizar la homeostasis ponderal en condiciones ambientales cambiantes, especialmente en condiciones adversas o de hambruna.
Las dificultades objetivas para modificar el cuerpo, que a menudo se intentan obviar al tiempo que se exageran los potenciales de dietas, gimnasios, liposucciones y cremas, constituyen una pieza clave en el entramado corporativo del negocio de la belleza y la moda. El motor de un negocio que en ocasiones parece perpetuo se basa en crear una perenne insatisfacción, para que la frustración sin fin mantenga la conducta de búsqueda y consumo de soluciones que logren maquillar los supuestos defectos del cuerpo. En línea con esto, las intervenciones de mejora de la imagen corporal que se fundamentan en modificar el cuerpo no han demostrado eficacia alguna en los estudios controlados. En cambio, las intervenciones dirigidas a modificar los componentes psicológicos de la imagen corporal (perceptivo, cognitivo-emocional, y conductual) son, hasta la fecha, las únicas que han demostrado resultados prometedores y duraderos. Cambiar la imagen corporal, por tanto, no implica cambiar el cuerpo, sino normalizar e higienizar la relación que se tiene con él, lo cual constituye una fuente de empoderamiento en el plano sociopolítico.
[1] Bruno Latour utiliza los conceptos de translation [traducción] y purification [purificación] en su trabajo sobre la construcción de la modernidad, en forma de hechos verdaderos (true facts), mediante la herencia cultural. Aunque su obra escapa del alcance de este artículo, remito a las personas lectoras a la consulta de la misma (Latour, 1993). Por su parte, la investigadora sueca y exprofesora mía en la Linköpings Universitet, Wera Grahn, ha elaborado interesantes interpretaciones interseccionales a partir del trabajo de Latour, en las cuales discute los sistemas de sexo/género, etnia, (dis)capacidad, sexualidad y ageism, entre otros. Alguno de ellos se puede consultar en inglés (Grahn, 2011).
[2] La curva de normalidad o campana de Gauss, por el matemático alemán Johann Carl Friedrich Gauss (1777-1855), expresa en el eje de las abscisas la variable cuantitativa que se quiere considerar en orden creciente (por ejemplo el peso, la talla, o el cociente de inteligencia), y en el de las ordenadas la proporción de individuos que presentan la característica en una medida determinada en la población. La mayoría de las variables siguen una distribución normal, con proporciones bajas de la población situadas en los extremos izquierdo y derecho (personas que presentan valores muy bajos o muy altos en la magnitud considerada) y una gran mayoría de la población situada en el área central (personas que presentan valores intermedios, moderados, en la magnitud considerada). La mayoría de las personas tienen una talla y una inteligencia medias: una minoría poblacional tiene una talla excepcionalmente baja u alta, o es excepcionalmente poco o muy inteligente.
Nota: Este artículo está basado en el capítulo publicado recientemente y referenciado como: Tasa-Vinyals, E. (2017). El espejo subjetivo: ¿Qué es la imagen corporal?. En: Raich, R.M. [Ed.]. La tiranía del cuerpo. ¿Por qué no me veo como soy?. Barcelona: Siglantana. Puede adquirirse aquí.