No me gusta hablar de la relación entre el cuerpo y la mente porque no comparto la concepción dualista que entraña. Lo somático y lo psicológico no son más que diferentes expresiones de una misma realidad, que se desarrolla de forma incansable e interconectada mediante un complejísimo sistema que puede analizarse desde el nivel biomolecular hasta el psicosocial. Los correlatos existentes entre conceptos de diferente nivel ontológico pueden parecer sorprendentes, aunque de hecho, no lo son en absoluto. Parece obvio decir que una persona saludable no puede descuidar ni el ámbito mental ni el físico, sino que debe responsabilizarse y cuidar de ambos por igual; no obstante, en un contexto social donde prima lo tangible y lo inmediato, corremos el riesgo de la supremacía de lo somático –y, más aún, de acabar con una psique enferma al perseguir un ideal estético enfermo.
“Come bien
La comida chatarra te empuja hacia la pereza*, y es difícil ser feliz cuando te hallas en ese tipo de estado. Todo lo que comes afecta directamente a la capacidad de tu cuerpo para producir hormonas*, que dictarán tu estado de ánimo, la energía y la concentración mental. Asegúrate de comer alimentos que mantengan tu mente y tu cuerpo en buena forma.”
Aunque el consejo es extremadamente vago y algo engañoso (determinadas hormonas contribuyen, pero no determinan el estado de ánimo, energético o la capacidad de concentración; además, otros muchos procesos fisiológicos de naturaleza no hormonal pueden contribuir a tales cosas). La pregunta es: ¿qué significa comer bien? Puede ser una buena respuesta respetar la frecuencia y cantidades semanales recomendadas para cada tipo de alimento, teniendo en cuenta factores como la edad, el sexo, el tipo de actividad que se desempeña habitualmente o la existencia de patologías que requieran un enfoque nutricional especial. Una alimentación correcta es un concepto que sólo tiene sentido desde una perspectiva longitudinal, y no transversal; por ello, constituye un estilo de vida más que un conjunto de conductas aisladas. Si se desea perder o ganar peso, es imprescindible la consulta con un/a especialista para que decida si es necesario y/o recomendable, y en caso afirmativo, para que diseñe una dieta que garantice una correcta aportación nutricional. Si se sospecha de psicopatología subyacente al deseo de cambio ponderal, como pueden ser estados de ansiedad, humor distímico, trastornos del comportamiento alimentario, etc. es imprescindible que el/la profesional -o, en su defecto, el entorno- deriven el caso cuanto antes a un centro donde se pueda realizar una valoración y tratamiento adecuados. Y esta definición corresponde únicamente a profesionales psicólog@s o psiquiatras con los debidos estudios completados y los requisitos de colegiación adecuados, puesto que esta es la única garantía que pueden poseer l@s pacientes de que recibirán un tratamiento apropiado a su sintomatología. Comer bien debe ser un hábito, y como tal, algo que no nos cueste un esfuerzo o nos suponga perjuicios en la vida cotidiana: la obsesión por la comida puede ser síntoma de un trastorno de la conducta alimentaria y como tal debe ser evitada, evaluada y tratada adecuadamente.
Además, en el artículo original se emplea en este consejo el término sluggish, que significa desidioso o perezoso; es algo eufórico afirmar que un tipo de alimentación puede tener tanto impacto sobre la psique de una persona como para convertirla en desidiosa crónica. Este argumento más bien suena a contaminado por el estereotipo de que las personas obesas lo son porque se alimentan sin parar de comida basura y que se pasan el día tumbadas en el sofá sin la energía vital necesaria para emprender y culminar con éxito cualquier proyecto sustancial en la vida. Esta creencia es totalmente falsa, como podrá demostrar cualquier persona obesa, o cualquier persona que conozca a una, que a pesar de comer correctamente o incluso mejor que la media poblacional, no consigue reducir el peso; mientras que otras personas con pautas alimentarias dignas de poner los pelos de punta a cualquiera están incluso instaladas en un infrapeso fisiológico. Pero la conexión entre obesidad y desidia entraña, llanamente hablando, mucha más mala leche, puesto que persigue justificar y perpetuar la satanización de la obesidad y la lipofobia, así como la discriminación que las personas con sobrepeso y obesidad padecen en prácticamente todos los sectores de la sociedad. Guerra, pues, a este tipo de asociaciones gratuitas y desacreditativas basadas en creencias.
“Haz ejercicio
Algunos estudios han demostrado que el ejercicio incrementa los niveles de felicidad tanto como el Zoloft. Practicar ejercicio también impulsa tu autoestima y te proporciona un mayor sentido del logro”.
Ignoro, aunque lo dudo muchísimo, si existe algún ensayo clínico aleatorizado y controlado que haya obtenido valores del estadístico p no significativos para una comparación entre sertralina versus ejercicio físico versus control para la variable… ¿”niveles de felicidad”?, pongamos que se refieren a la puntuación en alguna escala de autoestima o autoeficacia, como sugieren a continuación, porque seguro que en ningún estudio serio se habla del tal factor “niveles de felicidad”. Espero que no hayan medido la concentración plasmática, salival o urinaria de algún metabolito y la hayan equiparado con el concepto de “felicidad”, “autoestima” o “autoeficacia”, porque esto ya sería de juzgado de guardia metodológico. Dejando estas consideraciones de lado, lo que sí han demostrado algunos estudios es que el ejercicio físico moderado y adecuado a las características de la persona tiene un efecto protector, y más raramente algo terapéutico, en algunos trastornos relacionados con el estado anímico. No obstante, la práctica de ejercicio físico excesiva, compulsiva o inadecuada es factor de riesgo (y a veces precipitante) demostradísimo para los trastornos de la conducta alimentaria. Cuidado, pues, con el modo en que hacemos ejercicio y el objetivo que perseguimos con él: si la actividad física constituye exclusivamente una conducta instrumental para lograr una reducción ponderal, una determinada forma del cuerpo, un objetivo social (por ejemplo, gustar a las personas), o incluso la propia consecución de la “felicidad”, ello nos impedirá disfrutar adecuadamente de la práctica deportiva y, por ende, puede privarnos precisamente de sus efectos beneficiosos sobre la salud mental. De nuevo, es recomendable buscar ayuda profesional que oriente el inicio de una práctica deportiva, así como realizarse previamente un chequeo médico para descartar contraindicaciones.
“Levántate a la misma hora todas las mañanas
¿Has notado que muchas personas exitosas tienden a ser las más madrugadoras? Despertar a la misma hora todas las mañanas estabiliza tu ritmo circadiano, aumenta la productividad, y facilita un estado de calma y concentración.”
Aprovecho este consejo para hablar acerca de los hábitos y las rutinas diarias. Igual que la sociedad se ha construido por y para hombres, blancos, ricos y heterosexuales que parece que toleran a las mujeres blancas, ricas, muy delgadas y poco inteligentes, hay quien dice con mucha razón que también está pensada para personalidades con factor E alto (es decir, extravertidos) y para ritmos matutinos (es decir, personas cuyo funcionamiento circadiano les hace rendir más y mejor durante el día). Sujetos introvertidos y vespertinos tenemos la mala suerte de habernos visto relegados a la periferia del poder, como se suele decir (y les escribe una que, para colmo, además de introvertida y vespertina es mujer y no muy rica). Tiene tela que lo de la introversión nos lo haya tenido que poner ante las narices la investigadora Susan Cain, que no es psicóloga sino abogada de formación. Este tipo de consideraciones, que pueden parecer a simple vista carentes de importancia, en realidad no lo son en absoluto, puesto que se está perdiendo mucho talento por culpa de la imposición de trabajar de una determinada manera y con unos determinados horarios. Los buenos conductores de reuniones saben que en un encuentro de cualquier clase habrá, por probabilidad estadística, varias personas tendentes a puntuaciones bajas en el factor E (tendentes a la introversión), que no suelen participar pero que suelen tener muchísimo a aportar. Es simple cuestión de estrategia poder recoger su talento en beneficio del grupo. Del mismo modo, hace unos días leía en un tratado de ginecología y obstetricia que la dismenorrea (dolor asociado a la menstruación, que cuando existe resulta incapacitante sólo en el 10% de las mujeres y que suele durar menos de 24 horas) es la primera causa de pérdida de horas de asistencia al trabajo y a la escuela en las mujeres jóvenes. Lo decían como si faltar un día al lugar de empleo o de estudio fuera a comportar unas pérdidas irreparables. ¡Lo importante es asistir!, parecían decir. Y cuantas más horas mejor, no importa que la productividad esté por los suelos, al Spanish style. Sin embargo, no es descabellado pensar que una persona pueda necesitar irse a casa a desconectar, relajarse y cuidarse durante unas horas, para que cuando retome el trabajo pueda ser incluso más productiva de lo que habría sido si se hubiera quedado sentada en su silla intentando atender mientras el ibuprofeno luchaba con garras para inhibir la producción de prostaglandinas. Un blog feminista que suelo leer concluía hace unas semanas, en relación precisamente con el tema de la dismenorrea: el ritmo que nos imponen -para vivir, para comer y para todo- es el masculino, pero esta no es la única ni la mejor forma de funcionar. De hecho, a las mujeres, por nuestra naturaleza cíclica, este ritmo no nos resulta óptimo, por mucho que –lógicamente- nos podamos adaptar a él de forma más o menos satisfactoria -¡qué remedio!. Lo mismo puede valer para infinidad de otras situaciones similares.