
Lo cierto es que, desde hace ya bastante tiempo, se están dedicando muchos recursos a la investigación farmacológica en el campo de la obesidad. Aparte de las ventajas para la salud de los obesos, los efectos a corto plazo sobre su autoestima y los evidentes beneficios económicos que conllevaría para algunos el éxito en esta línea de investigación, seguro que los esfuerzos científicos en esta dirección también han resultado acelerados por la gran alarma social que se ha creado en torno al problema de la obesidad. El discurso apocalíptico y criminalizador de los medios de comunicación, la publicidad e, incluso, algunos profesionales de la salud ha contribuido a aumentar de manera menudo desproporcionada las dimensiones del drama. Si bien es necesario alertar de los riesgos que conlleva nuestro estilo de vida sedentario y el patrón de alimentación desequilibrada que sigue gran parte de la población, demasiado a menudo se cae en un enfoque alarmista del problema que acaba desembocando en una radicalización de la ideología proadelgazamiento dominante.
Las consecuencias potenciales de una campaña de prevención de la obesidad basada en un enfoque erróneo son nefastas: no sólo se corre el riesgo de animar a la población sana a adelgazar sin motivo, sino que se puede contribuir a aumentar el rechazo hacia las personas obesas, tanto en términos reales como en los percibidos por ellas. Dos datos puntuales ilustran esto último: en primer lugar, se ha comprobado que los niños obesos son los que gozan de menos popularidad entre sus compañeros, aunque (como vimos) poco pueden hacer para modificar el su peso corporal, en segundo lugar, se nos alerta con mucha menos frecuencia de los peligros para la salud que supone la infrapeso que de los asociados al sobrepeso o la obesidad (términos que, por cierto, la mayor parte de la población no distingue) y, además, las referencias a los beneficios para la salud que se han asociado a un cierto sobrepeso brillan en los mass media por su ausencia. En este sentido, el doctor Friedman hace una relectura de los datos que suelen dar los gobiernos y los medios sobre obesidad, y matiza que lo que realmente ha sucedido en los últimos años ha sido un desplazamiento de la curva normal del peso respecto un punto de corte fijo para la obesidad (IMC >= 30). Esto significa que, en promedio, la población mundial ha aumentado de peso entre 3-5 kilos.
Todo lo dicho hasta aquí no pretende, ni mucho menos, restar importancia a la problemática real de la obesidad en las sociedades occidentales, que se está extendiendo a pasos agigantados a los países en vías de desarrollo a medida que van occidentalizándose sus costumbres. Existen datos verdaderamente alarmantes al respecto, algunos de las cuales referidos a nuestro país (por ejemplo, España tiene la una de las mayores tasas europeas de obesidad infantil). Es obvio, pues, que al margen de los factores genéticos hay variables ambientales referidas al estilo de vida que favorecen la proliferación de la obesidad. Muestra de esto último es el espectacular aumento que ha experimentado la prevalencia de la obesidad en los últimos treinta años, coincidiendo con un cambio drástico en los hábitos alimenticios de la mayor parte de la población mundial que ha interactuado con factores biológicos preexistentes. Prevenir los nuevos casos, pues, debería ser una prioridad. Sin embargo, ¿hasta qué punto es limitado el efecto de las campañas de promoción de hábitos alimentarios saludables por parte de los gobiernos, teniendo en cuenta que éstas recaen sobre unos sujetos instados por la publicidad a, por un lado, adelgazar hasta el límite y, por otro, consumir todo tipo de alimentos hipercalóricos? Encima de estas constantes contradicciones entre valores, a l@s niñ@s se les dice desde las administraciones y los centros educativos que hay que comer sano, es decir, ni matarse de hambre ni hincharse de fritos y golosinas. ¿Cuál será, finalmente, el mensaje que prevalecerá en las mentes de estas criaturas?
Con todo, la pregunta que nos podemos formular es: ¿son los fármacos realmente la solución milagrosa para acabar con la obesidad? Aunque algunos enfoques así parecen sugerirlo, lo cierto es que no podemos dejar de lado los múltiples factores psicológicos y psicosociales que intervienen en esta problemática. La alimentación es un acto complejo y social que no sólo implica la ingesta de nutrientes, sino que va unido de forma indisociable a una serie de actitudes y hábitos de comportamiento que deben entenderse a escala macrosocial. Creencias como la que comentábamos al inicio de esta reflexión, la autoimagen más bien pobre de las ciudadanas y ciudadanos, los modelos estéticos predominantes y un montón de información a menudo excesiva, difusa y contradictoria sobre alimentación saludable terminan confundiendo a la población y determinan que las personas coman de una u otra manera. Además, hay que tomar en consideración las pautas alimenticias culturales propias de cada región, que tanto pueden actuar como factor protector contra la obesidad (por ejemplo, en el caso de la cultura nipona) como ser un claro factor de riesgo (como sucede en la cultura estadounidense). Por si todo esto fuera poco, en el actual mundo globalizado se está produciendo progresivamente un proceso de occidentalización de las costumbres a gran escala que incluye, evidentemente, las pautas culturales sobre alimentación. La exportación del estilo de vida estresante y ajetreado propio del capitalismo salvaje también está favoreciendo cada vez más el fast food, que resulta prácticamente la única alternativa posible cuando se dispone de veinte minutos para comer: una opción rápida, barata, hipercalórica e hiponutritiva. Incluso en Japón, pese a lo que comentábamos unas líneas más arriba, la obesidad se está extendiendo rápidamente de forma paralela a los cambios en los hábitos alimenticios.
Una intervención contra la obesidad que pretenda ser exitosa debe tener en cuenta los diferentes factores de tipo biológico, psicológico y psicosocial que rodean el acto alimentario, tanto en l@s pacientes como en la sociedad donde ést@s irremisiblemente se enmarcan.