Concretamente, en los artículos que analizamos, pudimos ver que el bombardeo de información es desmesurado, y lo es no sólo en cantidad sino también en calidad. Ambos, además, proyectaban la información en forma de imperativo, lo cual es una forma directa de establecer en nuestros esquemas mentales pautas y rutinas en el momento en que los interiorizamos y, si éstas son dadas en forma de prohibiciones y obligaciones, aún ejercen más efecto. Con todo, partiendo de que la clave para una alimentación saludable es ingerir los diferentes nutrientes con las frecuencias más adecuadas y no suprimir la ingesta de algunos nutrientes en concreto, proporcionar pautas alimenticias en forma de «debes / no debes» resulta totalmente inapropiado. Estas expresiones deberían sustituirse por otras más afortunadas y que reflejaran mejor la realidad de una alimentación completa y saludable, como «consumir diariamente / semanalmente / ocasionalmente».

Los artículos se servían de informaciones con base científica pero a menudo manipulada. En la mayoría de los casos los consejos estaban contrastados empíricamente, pero el mensaje estaba frecuentemente distorsionado, contenía otras informaciones de forma subliminal o resultaba contradictorio. Es cierto, por ejemplo, que es saludable masticar los alimentos correctamente para facilitar el proceso digestivo, pero en ningún caso como pretexto para conseguir alargar la comida, no ingerir la totalidad de alimentos contenidos en el plato, alcanzar la sensación de saciedad antes, u otras acciones encaminadas pretendidamente a adelgazar. Los artículos rezumaban, además, mil y un tópicos asociados, precisamente, el tema de la pérdida de peso, que directamente no aparecían en las líneas del artículo pero que resultaban asumibles mediante deducciones no muy complejas. Por ejemplo, era fácil sacar la conclusión de que los lípidos son componentes indeseables y que debe hacerse todo lo posible para suprimirlos de la dieta, a pesar de que este mensaje no estuviera contenido de manera explícita en ninguno de los artículos (y, además, sea totalmente falso). Las contradicciones en el mismo texto eran abundantes y exasperantes: por ejemplo, después de aconsejar suprimir ciertos alimentos de la dieta porque «engordan», terminaba el artículo con la recomendación de «comer de todo, ¡por supuesto!; Basta no pasarse con determinados alimentos ni hincharse». Ahora bien, quizás aún más dramáticas eran las contradicciones entre el texto y las imágenes que lo acompañaban: esto se veía especialmente en el caso del artículo que extrajimos de la revista Ragazza, rodeado de fotos de chicas enfermizamente delgadas comiendo caramelos cuando el texto precisamente recomendaba no ingerir dulces en ningún caso (bajo el lema «¡ni se te ocurra!»), ya que arruinarían todos los propósitos de adelgazamiento de la lectora.
La alimentación, como es bien sabido, tiene consecuencias tanto biológicas como psicológicas como sociales, tanto a corto como a largo plazo. Una buena alimentación (sin excluir ningún alimento) combinada con la práctica de ejercicio físico moderado constituye gran parte de la balanza que necesitamos para llevar a cabo un estilo de vida saludable. En la adolescencia, etapa por sí misma crítica, este tipo de mensajes no dejan de ser un factor de riesgo para futuras patologías y, aún más allá, un problema de moralidad. Nos podríamos plantear la incongruencia entre los datos y la realidad en los siguientes términos: conociendo el presente aumento en la incidencia (y por tanto, la prevalencia) de trastornos de la conducta alimentaria, ¿cómo seguimos permitiendo que no haya filtro alguno en una de las fuentes más importantes de divulgación entre adolescentes, es decir, las revistas a ellas destinadas?
La solución, en mi opinión, pasa por educar a l@s adolescentes en lo que se llama alfabetización en medios. Ésta tiene como objetivo ayudar a l@s jóvenes a identificar el impacto de los medios de comunicación en la sociedad y reflexionar sobre su influencia en nuestras vidas. Además, también se les invita a aprender a analizar y evaluar los intereses e intenciones de los textos y productos de los mass media y reconocer los mensajes manipuladores. Estos programas, entre otras cosas, fomentan prácticas de recepción crítica donde se pretende que las personas jóvenes desarrollen un conocimiento sobre cómo funcionan los medios de comunicación y que, en vez de ser consumidoras pasivas de los medios, aprendan que las realidades se estructuran de determinada manera para reflejar ideas o valores, para vender un producto… L@s estudiantes aprenden también cómo identificar un estereotipo y a diferenciar hechos de opiniones.
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