Es comúnmente sabido que resulta mucho más difícil perder peso que no cogerlo, ¿Por qué se produce este fenómeno? Una posible respuesta puede que se encuentre en nuestros genes. Puede que nuestros genes sean los responsables de esta facilidad para engordar. La obesidad no es sólo consecuencia de nuestros genes sino que es el resultado de la interacción de diversos factores. En este artículo nos centraremos en los aspectos genéticos de la obesidad y en concreto en el concepto del gen ahorrador.
En 1962 James V. Neel, genetista y diabetólogo formulo la hipótesis del «genotipo ahorrador» la cual sugiere que los genes que nos hacen engordar actualmente podrían haber sido una ventaja selectiva para las poblaciones que sufrían hambrunas frecuentemente. Es decir, este genotipo propiciaba la acumulación de grasa en respuesta a una mayor necesidad de reserva de energía. Nuestros antepasados como el Australopithecus afarensis, un homínido bípedo, de largos brazos, que aún practicaba la braquiación en las ramas de los árboles tenían una alimentación intermitente: sufrían ciclos alternantes de abundancia y escasez y conseguir comida siempre era una actividad que requería un gran esfuerzo físico. De esta forma, cuando encontraban alimento, comían hasta saciarse, preparándose así para los períodos de hambruna que acostumbraban a ser muy frecuentes y prolongados. El Australopithecus requirió, entonces, contar con una reserva energética (los lípidos) además de sufrir a lo largo de millones de años adaptaciones musculares y metabólicas para sobrevivir en estas difíciles condiciones.
Nosotros somos los portadores del genotipo de los supervivientes. Con el paso del tiempo nuestra sociedad ha ido evolucionando llegando a un periodo clave en la historia como lo fue la revolución industrial donde se hicieron más patentes las modificaciones en nuestras condiciones de vida hasta alejarnos definitivamente de nuestro diseño evolutivo: comenzamos a ingerir una alimentación muy rica en calorías, hiperproteica, abundante en grasas saturadas y en hidratos de carbono de absorción rápida, de elevado índice glucémico.
Del mismo modo nuestra actividad física también se vio reducida con la aparición de máquinas que facilitaban todas nuestras labores y de los vehículos que nos transportaban diariamente sin esfuerzo; así dejó de costarnos esfuerzo conseguir nuestros alimentos. En estas condiciones el genotipo ahorrador, al someterse a unas condiciones muy alejadas del diseño para el que se desarrollaron, se convirtió en promotor de enfermedad y en especial se acrecentó nuestra tendencia a la obesidad. El diseño actual del organismo humano es el resultado de millones de años de evolución. Por tanto muchas de las enfermedades actuales son consecuencia de la incompatibilidad de nuestros genes ancestrales con la forma de vida actual: actualmente esta reserva energética no nos supone un rasgo adaptativo favorable sino que nos predispone a enfermedades metabólicas crónicas y un aumento de la obesidad en la población.
Las personas que porten el genotipo ahorrador y vivan en condiciones de hiperalimentación y sedentarismo tienen tendencia a desarrollar obesidad y el resto de las enfermedades del síndrome metabólico. En cambio si los portadores de este gen viven en condiciones de elevada actividad física y alimentación saludable su genotipo les conferirá ventajas en su salud. La prevención y el tratamiento, pasarían por adaptar nuestra alimentación y nuestro estilo de vida, dentro de lo posible, a las condiciones de vida actuales.
Bibliografía:
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