Ya comenté en la primera parte del post, que la alimentación complementaria (también llamada en inglés Baby led weaning) se introduce aproximadamente cuando el bebé está preparado, alrededor de los seis meses, y que mientras tanto se mantiene la lactancia materna exclusiva a demanda o, en su defecto, la lactancia artificial.
También es importante destacar, antes de nada, que la leche materna ( o, en su defecto, la artificial) sigue suponiendo la principal fuente nutritiva del niño durante el periodo de alimentación complementaria, evitando que los alimentarios complementarios desplacen la lactancia. Así lo indican entidades como la Organización Mundial de la Salud, la Academia Americana de Pediatría o la Asociación Española de Pediatría. De hecho ya lo indica el nombre alimentación “complementaria”, es decir, complementa a la lactancia, no la sustituye.
Así que es importante que los bebés sigan tomando leche materna a demanda (o, en su defecto, artificial) durante el periodo de alimentación complementaria. Los alimentos complementarios, se ofrecerán después de la leche.
¿En qué orden se deben introducir los alimentos?
Pues bien, aunque a muchos les sorprenda, el orden de incorporación de los alimentos en la etapa de alimentación complementaria no es relevante y así lo indican tanto la Sociedad Española de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN) como la Academia Americana de Pediatría.
De hecho, en un estudio realizado en 22 ciudades europeas, se comprobó que el calendario de introducción de alimentos que se proponía era totalmente distinto en cada una de ellas.
Lo verdaderamente relevante es que la introducción de los nuevos alimentos se realice de forma gradual para poder comprobar la tolerancia del bebé al nuevo alimento. Si reacciona con síntomas como una diarrea severa, vómitos o erupciones, es necesario acudir al pediatra. Si al día siguiente de incorporar el nuevo alimento, el bebé sigue bien, se introduce el siguiente alimento.
¿Y qué pasa con los alimentos potencialmente alergénicos?
Según una revisión publicada en 2010 no existen evidencias científicas que justifiquen demorar la incorporación de alimentos potencialmente alergénicos, y ello incluye los cereales con gluten que se pueden incorporar desde el inicio de la alimentación complementaria, aunque, como con el resto de alimentos, conviene hacerlo poco a poco y en pequeñas cantidades, ya que una gran cantidad de gluten, si se trata de la primera vez que el bebé se expone a él, aumenta el riesgo de enfermedad celiaca en niños genéticamente predispuestos.
¿Se puede incluir entonces cualquier alimento a partir de los 6 meses?
Sí, salvo algunas excepciones de alimentos que no se deben introducir en este período como:
- Alimentos sólidos que puedan ahogar al bebé, como frutos secos, cerezas, uvas enteras, aceitunas enteras…
- Lácteos bajos en grasa. Hasta por lo menos un año, el bebé seguirá tomando leche materna (o, en su defecto, artificial). A partir del año, o bien continuará con la lactancia materna o tomará leche entera normal y corriente u otros lácteos. Los lácteos bajos en grasa no se recomiendan antes de los dos años.
- Bebidas sin valor nutritivo: bebidas azucaradas, café, alcohol, té…
- Infusiones y miel. Porque su consumo aumenta el riesgo de botulismo.
- Alimentos que contienen sustancias de riesgo:
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- Pez espada, tiburón, lucio, atún rojo. Se desaconseja el consumo de estas especies de pescado hasta que el niño tenga por lo menos 3 años y aun así, se debe consumir un máximo de 50 g a la semana de uno solo de ellos. Esto es porque estos peces acumulan una alta cantidad de mercurio, un metal pesado que puede provocar alteraciones en el desarrollo neuronal de los niños.
- Cabeza del marisco (gambas, langostinos, cigalas…) y cuerpo de cangrejo o crustáceos similares. A lo largo de toda la infancia se desaconseja que los tomen de forma habitual, ya que presentan una elevada cantidad de cadmio, un metal pesado que tiende a acumularse en el organismo, principalmente en el hígado y el riñón, y su alta ingesta puede causar disfunción renal y desmineralización ósea, entre otras afecciones.
- Espinacas y acelgas (solo en pequeñas cantidades). No conviene incluir estas verduras antes del primer año de vida y si se hace, no deben suponer más del 20% del total del plato, ya que estas verduras son ricas en nitratos que nuestro cuerpo transforma en nitritos, que cuando alcanzan altas concentraciones, pueden llegar a afectar a bebés, sobre todo si en esos momentos están pasando una infección bacteriana.
- Animales cazados con munición de plomo. Los niños menores de 6 años no deberían consumir carne procedente de animales cazados con munición de plomo, porque los fragmentos de plomo no pueden eliminarse con total seguridad y los niños son más sensibles a los efectos perjudiciales de este metal pesado.
Y otros alimentos que se deberían limitar (cuanto menos mejor) en esta etapa, como:
- Productos comerciales especialmente diseñados para bebés. El uso de estos productos puede demorar la aceptación de la dieta familiar por parte del niño, ya que los sabores y texturas son diferentes y se puede producir un futuro rechazo de la alimentación de la familia.
- Azúcar y alimentos azucarados como galletas, bollería, repostería, cereales azucarados, cacao en polvo azucarado, fruta en almíbar, postres lácteos azucarados…
- Grandes cantidades de sal o productos salados como embutidos, quesos, conservas, aperitivos como patatas fritas o “gusanitos”… ya que el 70% de los niños de 8 meses toma más sal de lo recomendable.
- Zumos. No se debe tomar más de medio vaso al día, aunque sean caseros, por el riesgo de caries, insuficiencia de crecimiento y la obesidad. La fruta ha de consumirse entera, sin exprimir ni licuar. Aunque sí se puede asar o cocer, por ejemplo.
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