La realización de dietas y la práctica de ejercicio físico son las dos principales estrategias conductuales usadas por la población para modificar el propio peso o morfología corporal. A bastante distancia les siguen la cirugía estética y otros procedimientos clínicos no quirúrgicos destinados a reducir o moldear la silueta, aunque dichas estrategias van ganando adeptos con el paso del tiempo. Por otra parte, las conductas claramente patológicas de control de peso o imagen corporal, como los vómitos autoinducidos, el abuso de laxantes o diuréticos, la autoadministración de preparados farmacológicos no regulados y peligrosos para la salud o la automutilación en casos de trastorno dismórfico, no son tampoco anecdóticas.
Con la proximidad del verano, l@s ciudadan@s nos vemos sometid@s a un intensivo bombardeo de piezas publicitarias y pseudocientíficas emitidas desde los mass media, todas ellas con un discurso común: que nuestros cuerpos, perfectamente saludables en la mayoría de los casos y que a algun@s incluso no nos desagradan del todo (la insatisfacción corporal de la población se sitúa, con todo, sobre el 80 por ciento), no son correctos, no son bonitos, no son sexys, no son dignos de consideración y de agrado. Incluso hay quien nos intenta convencer de que no son saludables, o de que podrían serlo más. Sin haber ni siquiera visto nunca nuestros particulares cuerpos, pues, los agentes publicitarios (¡ese gran poder que presume de mover el mundo!) los juzgan, suspenden y condenan; y con el cuerpo, suspenden y condenan también a la mente que hay detrás, quizá movidos por aquello de mens sana in corpore sano, ya que -según ellos- la mente que permite que su cuerpo sea tan insano como para lucir una talla 42 con algo de celulitis y alguna que otra estría, no puede estar muy sana.
Comer sano no es comer poco
Seguir una dieta saludable y realizar ejercicio físico de forma moderada y regular debería ser un hábito de vida para cualquier persona, y no debería guardar relación alguna con el deseo de incidir sobre la imagen corporal; o, por lo menos, ésta no debería ser la motivación principal detrás de una rutina saludable. Algunas personas, en momentos dados y por motivos de salud concretos y objetivables, pueden recibir la prescripción profesional de una pauta de dieta o de ejercicio físico concretos, que raramente perseguirá el cambio de imagen corporal como objetivo per se, sino que como mucho lo usará como meta intermedia para alcanzar otro fin de relevancia clínica, como una mejora en algún parámetro de salud (como pueden ser la glicemia, el nivel de estrógenos en sangre, el dolor articular o la capacidad para concebir, para citar sólo algunos dispares ejemplos). Sin embargo, estos casos constituyen, estadísticamente hablando, una minoría de la población. Y por fortuna es así, ya que, de acuerdo con la distribución normal del factor ponderal en la población, la mayoría de las personas se encuentra, sin tener que ejercer ningún control externo, en una situación de normopeso.
El normopeso se define clínicamente, en la actualidad, como la posesión de un Índice de Masa Corporal (IMC) comprendido, aproximadamente, entre 19 y 25 kg/m2. Existen ciertas discrepancias entre autores en el límite inferior, pero generalmente no las hay en el límite superior. Entre los valores de 25 y 29,9 kg/m2 se habla de una situación de sobrepeso, que se ha relacionado de forma clara y consistente con pocas entidades patológicas graves, y a partir de 30 empieza el dominio de los cuatro grados sucesivos de obesidad, que generalmente sí lo han hecho. Por debajo del valor inferior de la normalidad se halla el infrapeso, que también se ha relacionado con riesgos significativos para la salud, como cualquier persona podrá comprobar si se da un paseo por alguna planta de pacientes de anorexia nerviosa de cualquier clínica u hospital y echa un vistazo a las historias clínicas.
La feminidad y la masculinidad como construcciones somatocéntricas: el cuerpo al servicio de la construcción de género
Como dije anteriormente, aunque la mayor parte de la población parte de una situación de normopeso, el discurso publicitario es mayormente impelente a emprender conductas de reducción ponderal. Por si fuera poco, a menudo se alienta a perder peso o reducir el contorno de ciertas partes específicas del cuerpo, mientras que se considera bonito que otras luzcan más grandes o desarrolladas. Esta presión se ejerce con claras diferencias de género, siendo muy distintas las zonas corporales que se considera que mujeres y hombres deberían reducir o aumentar, silenciar o hipertrofiar, para gozar de lo que el sistema ha dado en considerar, en base a potentes intereses económicos y políticos, una feminidad o una masculinidad ya no sólo ideales, sino dignas. Esta afirmación puede parecer exagerada, pero de hecho, el subconsciente colectivo considera menos digna de belleza y de atractivo, e incluso de moralidad y feminidad, a una mujer que luce sus muslos celulíticos de talla 44 con unos pantalones cortos que a otra que languidece en su 36 en un anuncio de ropa; y ello es, sin embargo, paradojal, ya que los valores tradicionalmente ligados a la feminidad, y que propiciaron en su día el establecimiento de la entidad del género, se hallan mucho más bien representados en la primera que en la segunda. De la misma manera, muchas personas consideran menos digno de atractivo y masculinidad a un hombre que no posea un cuerpo fuerte, firme, de musculatura hipertrófica y espaldas anchas. Fijémonos en lo que ocurre léxicamente: la feminidad puede usarse como sinónimo de ser “poca cosa”, mientras que la masculinidad puede entenderse como equivalente de “fortaleza” o “resistencia”. La RAE lo avala: http://lema.rae.es/drae/?val=femenino; http://lema.rae.es/drae/?val=masculino. Aunque inicialmente las asociaciones hagan referencia a la esfera psicológica, la analogía con el aspecto físico es casi inherente. Los cuerpos no normativos, como pueden ser los obesos, fláccidos, no depilados o con alguna característica distintiva que se considere un defecto, son estigmatizados y se invita a las personas que los poseen a sentir culpa y vergüenza, limitando su libertad de forma más o menos explícita – como cuando se censura a una mujer obesa por vestir shorts o tops enseñando el ombligo, igual que se censura a una mujer que vaya a la playa con abundante vello en piernas y axilas.
Una persona bonita no es una persona delgada (ni musculada, ni definida, ni gorda, ni…)
Con todo ello, o probablemente porque gran parte de la población no lo sabe ni se lo plantea, son muchas las personas que en algún o algunos momentos de su vida deciden que su cuerpo no les está bien y que deben emprender medidas para bajar de peso o para moldearlo al gusto de su propietari@ – léase, en una gran parte de los casos que aplican, del heteropatriarcado. Una vez tomada esta decisión, el mayor obstáculo que suelen encontrar estas personas es la falta de motivación, o la capacidad de mantener esta motivación a medio o a largo plazo de forma que se consiga, efectivamente, el efecto deseado sobre el cuerpo, y que este efecto no dure cuatro días sino que se mantenga a lo largo del tiempo. Démonos cuenta que esto sólo tiene cierto sentido en una persona para la cual la imagen corporal tenga una importancia considerable en su autoestima y en su autoconcepto (con mención especial aquí a la construcción del género), ya que de otro modo los esfuerzos realizados sobre el cuerpo poco o ningún efecto van a tener sobre la mente. El bombardeo de los mass media, mediante sus fieles transmisores que somos tod@s nosotr@s cuando hablamos con nuestros familiares, amistades y conocid@s, se encarga a tal efecto de mantener la correspondencia entre cuerpo bonito y mente –o persona- bonita, mediante adjetivos connotados positivamente como tenaz, saludable, responsable, capaz, etc. que parecen ya indefectiblemente ligados a la capacidad de ostentar un cuerpo acorde con el modelo estético propugnado y culturalmente aceptado.

La motivación para gobernar el cuerpo
No creo que sorprenda a nadie si afirmo que toda persona que desee empezar una pauta dietética o deportiva para perder peso o moldear su cuerpo debería hacerlo de forma consciente, coherente y concienzuda (a poder ser, por este orden). He aquí algunas pautas que pueden ayudar antes de tomar la decisión, durante el proceso y luego de concluirlo.
- ¿Necesito perder peso? O, en su defecto, cambiar el cuerpo. Es importante preguntárselo aunque sólo se pretenda bajar de peso o cambiar la figura ligeramente (de hecho, si el objetivo es lograr grandes y radicales cambios, de entrada el propósito parece más destinado al fracaso que al éxito). Para ello, es preciso conocer de qué situación objetiva se parte, en términos de medidas antropométricas –que son importantes- pero también de parámetros clínicamente relevantes – que lo son más, puesto que traducen de forma directa nuestro estado de salud.
- ¿Cuánto peso necesito perder? Si usamos el verbo necesitar, y asumimos que la salud es el único motivo por el cual se puede realmente necesitar peso, probablemente para la mayoría de las personas la respuesta sea cero.
- ¿Cuánto peso quiero perder? Seamos sincer@s: la gran mayoría de las personas que emprenderán esta primavera una dieta no lo harán porque lo necesiten, sino porque lo quieran. Otra cosa es que el sistema haya sido eficaz (¡bravo para los mass media!) y haya logrado hacerles creer que lo necesitan, para sentirse mejor, para verse mejor, para sentirse más ligeros, o para lo que sea. En este caso, conviene en primer lugar ser conscientes de que emprendemos una dieta por motivos estéticos y no de salud. Y, en segundo lugar, conviene cerrar el navegador de internet y las páginas de la revista o librito de turno y acercarse a la consulta de un/a profesional de la salud muy solvente y muy honest@, para definir objetivos razonables y poner límites al desenfreno al cual nos invitan la industria interesada y algunos medios de comunicación. El discurso publicitario parece decir que cuanto más peso se pierda, mejor; conviene matizar este tipo de creencias y adaptar el objetivo a cada caso concreto.
- ¿Por qué quiero perder este peso? Conviene considerar la repercusión que va a tener el cambio de imagen sobre nuestra salud, pero sobretodo, sobre nuestra autoestima. Si el efecto que se estima, o en el cual se confía, va a ser demasiado drástico, a mi parecer ello debería ser un signo de alarma de que, quizá, estamos dando demasiada importancia a la autoimagen corporal en la construcción de nuestra autoestima. Conviene ser conscientes de que, por mucho que perdamos peso, nuestra pareja, familia y amistades no nos van a querer más ni nos van a aceptar mejor; y si lo hacen, quizá deberíamos cuestionarnos los valores de las personas que nos rodean. Para no engañarnos, diremos que es posible –cada vez más- que el entorno más macrosocial nos acepte mejor si tenemos un cuerpo heteropatriarcalmente bonito: incluso es posible que nos resulte más fácil encontrar trabajo o establecer relaciones superficiales. Es un mundo en el cual puede merecer la pena caer, un juego que puede merecer la pena aceptar… O no. Si el objetivo del cambio es marcadamente psicológico, o está formulado en términos de refuerzo negativo (“para evitar el rechazo, un sentimiento negativo, la ansiedad, la depresión…”), es buena idea empezar la casa por los fundamentos y no por el tejado, y visitar un/a psicólog@ antes de empezar cualquier plan dietético o de ejercicio.
- ¿Qué hay más al fondo? Si a primera impresión te parece que tu motivación para perder peso es saludable, y que no tiene que ver con inseguridades o carencias psicológicas que han hallado caldo de cultivo en la presión hacia el modelo estético impuesto socialmente, te invito a que revises un poco más a fondo esta convicción antes de continuar adelante. En nuestra cultura, la delgadez y/o la posesión de una determinada morfología corporal están íntimamente asociadas al éxito, a la riqueza, a la popularidad e incluso, erróneamente, a una mejor salud. En este contexto, es previsible que las personas asocien más o menos conscientemente el ideal de belleza, por muy esperpéntico que éste sea, con una serie de valores positivos; y, por ende, que la autopercepción de un cuerpo alejado de este ideal imposible, por muy natural o sano que sea, se convierta en fuente de reprobación, ansiedad, depresión o culpa. De hecho, la industria proadelgazamiento se sustenta precisamente sobre estos sentimientos lesivos de la propia autoestima para perpetuarse y crecer; los necesita para subsistir. Si se acaban los problemas de autoestima ligados al cuerpo, si se acepta el propio cuerpo saludable tal y como es y se tolera -y celebra- la variabilidad antropomórfica existente en la población, los potenciales clientes se reducen al porcentaje circunscrito de la población que realmente, por motivos de salud o similares, necesita perder peso. Estudios recientes indican que aproximadamente el 25% de nuestro autoconcepto, que es mucho, se basa en la imagen corporal. Si, después de examinar tus motivaciones más a fondo, no consigues encontrar motivos sólidos no relacionados con la aceptación sociocultural, quizá es mejor que no sigas adelante. Adelgazar no debe ser un “parche” para cubrir síntomas psicológicos como la ansiedad, la culpa o la falta de habilidades relacionales.
- ¿Puedo lograr mis objetivos? Es importante marcar subobjetivos debidamente escalonados para que el camino sea saludable y humanamente posible. Grandes y drásticos objetivos están casi condenados al fracaso, y además, privan del efecto del feedback logrado semana tras semana, que refuerza la conducta e invita a continuar, al tiempo que aumenta temporalmente la autoestima al propiciar una autopercepción positiva por el hecho de ser capaz de cambiar y lograr las propias metas. A pesar de ello es frecuente que las personas, al ver que el plan inicial funciona, tengan la tentación de ir más allá al margen de la supervisión profesional, para acelerar un cambio que cada vez perciben como más lento e insuficiente. Si ello ocurre, es señal de alarma de que se podría estar entrando en una dinámica patológica que conviene parar cuanto antes: es importante no acelerar el ritmo y consultar con el/la profesional que lleva la planificación, y si es necesario, buscar apoyo psicológico.
- ¿Puede mi conducta de control del peso entrañar algún riesgo? Si se siguen las pautas marcadas por un/a profesional de verdad (con estudios universitarios adecuados y terminados, con los requisitos colegiales al día y un compromiso deontológico correcto), los riesgos para la salud son mínimos. Se debe adaptar todo plan de dieta o ejercicio físico a las características de la persona, en especial si padece o tiene antecedentes o riesgo de padecer algún problema de salud. Sin embargo, el hecho de emprender conductas de control de peso es, por sí mismo, uno de los principales factores precipitantes de los trastornos alimentarios. Dichos trastornos son más típicos en la adolescencia y en mujeres, pero pueden darse en personas de cualquier edad y género. Un factor precipitante es aquel que “dispara” la enfermedad en una persona más o menos predispuesta. ¿Y cómo de predispuesta está una persona en concreto?, pues resulta imposible decirlo con exactitud, puesto que se trata de trastornos de etiología multifactorial y muy compleja. No obstante, no existe la predisposición cero. Para citar sólo algunos factores, si una es mujer, joven, de temperamento ansioso y creció o se halla en un ambiente en el cual los referentes femeninos hacen o hacían dietas frecuentes, tiene ya unos cuantos puntos de predisposición.
- ¿Cuándo parar? Si se han establecido unos objetivos razonables al empezar, está claro que hay que parar cuando se alcancen dichos objetivos. Mantenerlos será sencillo si se ha procedido de forma escalonada y ordenada, puesto que se habrá logrado –casi sin querer- establecer unos hábitos distintos de los iniciales que favorecerán la permanencia de los mismos. La autoestima y el estado de ánimo probablemente aumentarán, aunque si había problemas de fondo, no se solucionarán con la dieta ni con el ejercicio. No obstante, si existían hábitos de vida nocivos que se han logrado corregir, se producirá probablemente una mejora de la salud tanto somática como mental.
- Respeta tu cuerpo. Sólo tú debes decidir acerca de él. Sé crític@ cuando recibas mensajes de los mass media o de alguna persona sobre cómo debería ser tu cuerpo, aunque provengan de publicaciones que juzgas respetables o de personal cualificado. Analiza siempre si la recomendación persigue fines de salud o estéticos, y en cualquiera de los dos casos, desmenuza los argumentos. Ayúdate de alguien solvente y de confianza si no posees la cultura científica o biomédica suficiente para comprender totalmente argumentos de tipo metabólico o similares. Al acudir a consultas, exige siempre que sean médic@s, dietistas, psicólog@s, etc., solventes y profesionales. Desconfía de quién te ofrezca milagros o tenga propensión a las afirmaciones o negaciones muy radicales. Revisa tus ideales estéticos: hasta qué punto son tuyos o impuestos socioculturalmente, si son peligrosos, y ante todo, ¿qué persiguen? Puede resultarte útil imaginar cómo sería una sociedad donde todo el mundo tuviera los cuerpos que se propugnan desde los medios; o, como esto es imposible, qué pasaría en una sociedad donde todo el mundo tuviera la autoestima por los suelos y estuviera permanentemente ocupado en reducir y moldear silueta. Infórmate sobre los intereses económicos que hay detrás de dietas, suplementos, revistas, etc. Muchas publicaciones intentan convencerte de que es posible, e incluso condición sine qua non, vivir pensando en el cuerpo ideal y ser buen/a profesional, padre/madre o pareja. Analízalo, piensa si realmente hay relación entre todas estas cosas, redefine lo que es ser buen/a lo-que-sea, lo que es ser bell@, lo que es ser mujer/hombre, lo que es ser válid@ o una persona bonita. Y, ante todo, ámate y respétate, lo cual pasa -lógicamente- por respetar tu cuerpo.
Lecturas (encarecidamente) recomendadas
- Borda Mas, M., Río, C. del, & Torres, I. (2003). Creencias irracionales en mujeres con anorexia nerviosa y bulimia nerviosa. Cuadernos de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace, (65), 16-28.
- Borda Mas, M., Torres Pérez, I., & Río Sánchez, C. del. (2008). Distimia en anorexia nerviosa y bulimia nerviosa. Dysthymia in anorexia nervosa and bulimia nervosa, 8(1), 65-75.
- De Keijzer, B., & Cáceres, C. (2003). Hasta donde el cuerpo aguante: género, cuerpo y salud masculina. La Salud como derecho ciudadano: perspectivas y propuestas desde América Latina. Lima, Peru: Foro Internacional en Ciencias Sociales y Salud, (1992), 137–152.
- Mora Giral, M. S., & Raich i Escursell, R. M. (1994). Restricción alimentaria y bulimia nerviosa: ¿un vínculo causal? Anales de psicología, 10(1), 69-84.
- Stice, E. (2002). Risk and maintenance factors for eating pathology: a meta-analytic review. Psychological bulletin, 128(5), 825-848.
- Stice, E., Ng, J., & Shaw, H. (2010). Risk factors and prodromal eating pathology. Journal of child psychology and psychiatry, and allied disciplines, 51(4), 518-525.
- Vázquez, M., Olivares, J. L., Fleta, J., Lacambra, I., & González, M. (2003). Alteraciones cardiológicas en mujeres adolescentes con anorexia nerviosa. Revista Española de Cardiología, 56(7), 669-673.
- Viuales-Mas, M., Fernández-Aranda, F., Jiménez-Murcia, S., Turón-Gil, V., & Vallejo-Ruiloba, J. (2001). Baja autoestima, restricción alimentaria y variables psicopatológicas en anorexia y bulimia nerviosa. Un estudio de casos y controles. Low self-esteem, restricting eating behaviour and psychopathological variables in anorexia and bulimia nervosa. A study of cases and controls, 9 (2), 267-278.
- Wilksch, S. M., Durbridge, M. R., & Wade, T. D. (2008). A preliminary controlled comparison of programs designed to reduce risk of eating disorders targeting perfectionism and media literacy. Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, 47(8), 937-947.
Gran trabajo de reflexión y análisis crítico.
Estamos tan intensamente bombardeados por mensajes irracionales de culto al cuerpo como condición para poder ser personas exitosas y felices que a veces podemos perder, peligrosamente, la perspectiva.
Me parece fundamental transmitir y trabajar este tipo de reflexiones con nuestros adolescentes y jóvenes.
Es siempre un gran placer leerte y aprender, Elisabet.
Gracias por compartir!
Hola.
He conocido a muchas personas que quieren perder peso para verse mejor(apariencia), pero yo creo que no solo debemos basarnos en eso como objetivo.
Actualmente yo estoy en proceso de reducir mi grasa corporal, que me esta costando. Yo lo estoy haciendo especialmente por salud, para sentirme mejor, pienso que la principal razón para perder peso debe ser la salud.
Saludos.
He visto a muchas personas confundir la dieta con comer poco o no comer nada y la verdad eso es hacer un daño muy grande a nuestro cuerpo. Una dieta puede ser mala o buena, pero mejor siempre si eliges una dieta sana que lo vas a agraddecer en el futuro.
Una de las preguntas clave, es ¿Por qué quieres perder peso? Esto es lo que define tu estrategia, tu voluntad, tu fuerza. A mi me costo mucho responder a esa pregunta y aque creo que lo mas importante es el «por qué» mas que el «cómo»
Excelente artículo. Nos invita a la intronspección y reflexión acerca de tantos mandatos sociales relacionados al patriarcado.
Muchas gracias Elisabet
Hipocrita.